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A LO ESENCIAL ANTES DE PERDERSE
El combate
espiritual pasó de moda solo para beneficio del enemigo y por comodidad humana.
Esta es la
razón por la que hemos perdido la guerra contra el adversario, simplemente no
la hemos librado, no pelemos, nos entregamos sin luchar, no ejercimos la
defensa.
No sabemos
ni queremos, no tenemos ni la mas mínima idea, solo continuamos perdiendo el
tiempo empecinándonos en cultivar vicios, dejándonos arrastrar por ambiciones,
caprichos, etc.
Nos
deformamos infernalmente, nos volvemos abominables, no somos diferentes a los
demonios, y esta es la causa por la que estamos en su constante compañía, bajo
su asedio y horrenda persecución interminable.
No podemos
echar al adversario o ponerle límites siquiera cuando somos socios-cómplices,
cuando voluntariamente somos esclavos suyos.
En lo
esencial, no hay diferencia con los demonios, somos rebeldes a la Voluntad de
Dios, y luego, como es lógica consecuencia, tenemos todos los mimos vicios que
los cerdos infernales.
Miserable y
egoístamente pretendemos vivir por y para nosotros mismos, con indiferencia a
Dios, en el olvido y en la negación de Él, en el constante reniego contra su
Voluntad.
No solo
estamos perdiendo la vida, sino que la estamos entregando a nuestros enemigos
simplemente porque no se la entregamos Dios, porque miserablemente pretendemos
vivirla por y para nosotros mismos.
Pretendiendo vivir como se nos viene en ganas,
acabamos manipulados por demonios, hundidos en el abismo del ego y perdidos en
tinieblas dedicados a corrompernos, perdernos, autodestruirnos, deformarnos a
imagen y semejanza de satanás y sus demonios.
Es hora de
tomar consciencia de la situación real, justipreciarla a ciencia cierta,
considerar la Verdad, porque nos encontramos al borde del abismo.
Para
combatir este espíritu impuro de olvido y negación de Dios, de egolatría
narcisista infernal, de orgullo y miseria, debemos hacer lo de siempre, orar,
ayunar, sacrificio, penitencia, etc., hay que volver a lo esencial, al combate
espiritual.
Como de
costumbre, hay que aceptar lo que nos toca, aquello que Dios ha permitido, lo
que tenemos que soportar y que irremediablemente no podemos modificar ni aun
queriendo.
Hay que
abrazar la cruz diaria y constantemente y hacer
penitencia-sacrificio-mortificación de esta manera.
Así es como
soportamos la muerte y la padecemos con efecto purificador, santificador,
liberándonos de impurezas, haciendo el esfuerzo-sacrificio diario de vivir.